El miedo, ¿una simple emoción?

Introducción

Como parte inherente de nuestra evolución, el ser humano posee una serie de emociones que le permiten adaptarse a las circunstancias que un entorno tan variable. Hay que entender por emoción un proceso psicológico básico mediante el cual el organismo se adapta a lo que el entorno demanda y, a mayores, tiene una función comunicativa para alertar al resto de su entorno cuál es su posición ante la situación. 

Tipos de emociones

Existe más de un criterio de clasificación de las emociones, y esencialmente puede hablarse de dos modelos de clasificación: el modelo discreto y el modelo dimensional. De acuerdo con el primer modelo, las emociones son un conjunto de compartimentos estanco claramente diferenciados y cada uno de ellos tiene su peculiar y característico patrón de activación, evitando así que unas emociones puedan confundirse por otras.

El modelo dimensional, por el contrario, define las emociones no como unos compartimentos estanco totalmente diferenciados sino como un continuo que se da a lo largo de dos factores: activación y Valencia.

El primer factor hace referencia al nivel de arousal o de actividad que nos produce una emoción; ésta, por ende, puede activar más o menos al sujeto ante la irrupción de un estímulo que evoque una emoción concreta. El segundo factor hace referencia al nivel de agrado o desagrado que puede generar un estímulo concreto, pudiendo establecerse un continuo de mayor o menor agrado o desagrado.

Además de esta clasificación de las emociones, éstas pueden ser primarias o secundarias: En el primer caso, son emociones de carácter visceral y primario que sirven para funciones básicas de supervivencia ante estímulos que pueden dañar al individuo; en el segundo caso, las emociones se encuentran moldeadas y condicionadas por el entorno social y cultural del sujeto, reaccionando de cierta manera ante cierto tipo de estímulos o situaciones [1].  

¿Qué estructuras cerebrales se relacionan con las emociones? ¿Qué tipos de miedos existen?

Debido a que nuestras emociones tienen un carácter de proceso psicológico básico, esto hace que esté condicionado por estructuras subcorticales del sistema límbico (el sistema amigdalino); dentro de esas emociones encontramos el miedo, una emoción básica ante estímulos incondicionados que garantizan la supervivencia del sujeto. No obstante, muchos miedos de carácter más cultural dependen de unas estructuras corticales superiores. Dada esta particularidades de las emociones, se hace menester distinguir entre los factores genéticos que predisponen a los sujetos a tener miedo ante ciertos estímulos casi de forma innata y cuáles son los condicionantes de carácter adquirido que hacen que ciertos estímulos sean concebidos, posteriormente, como desencadenadores de la respuesta de miedo [8, 12].

Miedo incondicionado

En el caso de los miedos incondicionados, éstos pueden tener una más que clara raíz evolutiva y filogenética como modo de supervivencia más básico y elemental: ciertas estructuras, ciertos patrones y ciertos movimientos pueden desencadenar de forma automática en el sujeto una respuesta de evitación que sirva para salvar su vida. En este punto concreto se pueden mencionar ciertas estructuras subcorticales tales como la amígdala, clave en la regulación emocional, como foco originador de emociones que ayuden al individuo a relacionarse mejor con el entorno.

Por ejemplo, ciertos colores como el amarillo y el negro combinados en un insecto puede evocar de forma casi instantánea una reacción de miedo debido a que esa combinación de colores se asocia a insectos que pueden producir dolorosas picaduras que pueden llevar en muchos casos a la muerte. Otra característica física que se ha visto que desencadena de forma casi automática reacción de miedo en ciertos individuos es el movimiento reptante característico de serpientes, el cual puede obedecer a factores ontogénicos relacionados con el hecho de que esos movimientos son característicos de una forma de vida que puede ser perjudicial para la supervivencia del individuo, con lo cual se hace necesaria una activación de la respuesta (principalmente la de la vía simpática del sistema nervioso autónomo) adecuada para ese momento [2, 6, 9].

Miedo condicionado

Con respecto al tema de los miedos de carácter condicionado, éstos dependen mucho del nivel educativo de la persona y del entorno cultural en el que se haya criado esa persona. Se hace especial hincapié en estos dos factores porque en el caso del primero el hecho de no disponer de un sentido crítico y de una capacidad de comprensión del mundo puede llevar a una mayor predisposición a ser engañado y atemorizado con mayor facilidad que otras personas con un nivel de formación mayor, las cuales pueden valerse de sus experiencias y sus conocimientos adquiridos para discernir entre las mentiras y las verdades que reciben. En el caso del segundo factor el papel que juega el entorno social, el ambiente o lo que está considerado como peligroso o indeseable también tiene su importancia.

Por citar algunos ejemplos, en las sociedades culturalmente influenciadas por las 3 religiones monoteístas importantes procedentes de Oriente Medio y en las que la religión tiene un gran poder en la sociedad, los miedos infundados como las posesiones, los actos pecaminosos o la presencia de la divinidad a la que adoran pueden desatar en los sujetos una serie de reacciones de miedo y angustia ante esas experiencias citadas anteriormente y que se hallan estrechamente vinculas a su fe. En sociedades de Asia Oriental, en las que el colectivismo, el sentido del honor y la existencia de una figura de referencia (un líder) priman en la comunidad de personas, actos como la desobediencia o cualquier falta al bien colectivo son vistas como una fuente generadora de miedo al suponer, posteriormente, un estigma social importante que es probable que marque el resto de sus vidas [3, 4, 10, 11]. 

Conclusiones

Como puede apreciarse, el miedo no es simplemente una respuesta emocional básica que está condicionada por un camino filogénetico que garantice la supervivencia de los individuos de una especie; es, en el caso humano, un producto derivado del conocimiento de su entorno y del ambiente cultural que le rodea; su capacidad de simbolismo y de abstracción de realidades, aunadas a la creatividad, la experiencia vital y la imaginación, es capaz de generar nuevas fuentes desencadenadoras de miedo. La interacción de ambos factores da como resultado las respuestas de miedo en el individuo. En conclusión, el hecho de reducir el miedo a factores puramente condicionados o aprendidos o factores hereditarios es un error grave. Una visión integradora y general podrá proporcionar unos análisis de las situaciones en las que aparece vinculada la emoción básica del miedo [5, 7].

Referencias bibliográficas

  1. Chakrabarti, B., Bullmore, E., & Baron-Cohen, S. (2006). Empathizing with basic emotions: common and discrete neural substrates. Social neuroscience, 1(3-4), 364-384.
  2. Chittka, L., Skorupski, P., & Raine, N. E. (2009). Speed–accuracy tradeoffs in animal decision making. Trends in Ecology & Evolution, 24(7), 400-407.
  3. Cohen, D., & Gunz, A. (2002). As seen by the other…: Perspectives on the self in the memories and emotional perceptions of Easterners and Westerners. Psychological Science, 13(1), 55-59.
  4. Jack, R. E., Garrod, O. G., Yu, H., Caldara, R., & Schyns, P. G. (2012). Facial expressions of emotion are not culturally universal. Proceedings of the National Academy of Sciences, 109(19), 7241-7244.
  5. LeDoux, J. E. (2012). Evolution of human emotion: a view through fear. Progress in brain research, 195, 431.
  6. Liddell, B. J., Brown, K. J., Kemp, A. H., Barton, M. J., Das, P., Peduto, A., … & Williams, L. M. (2005). A direct brainstem–amygdala–cortical ‘alarm’system for subliminal signals of fear. Neuroimage, 24(1), 235-243.
  7. Mühlberger, A., Wiedemann, G., Herrmann, M. J., & Pauli, P. (2006). Phylo-and ontogenetic fears and the expectation of danger: differences between spider-and flight-phobic subjects in cognitive and physiological responses to disorder-specific stimuli. Journal of abnormal psychology, 115(3), 580.
  8. Öhman, A. (2008). Fear and anxiety. EMOTIONS, 709.
  9. ÖHMAN, A. (2009). Of snakes and faces: An evolutionary perspective on the psychology of fear. Scandinavian journal of psychology, 50(6), 543-552.
  10. Thagard, P. (2005). The emotional coherence of religion. Journal of Cognition and Culture, 5(1), 58-74.
  11. Rozin, P., & Haidt, J. (2013). The domains of disgust and their origins: contrasting biological and cultural evolutionary accounts. Trends in cognitive sciences, 17(8), 367-368.
  12. Vytal, K., & Hamann, S. (2010). Neuroimaging support for discrete neural correlates of basic emotions: a voxel-based meta-analysis. Journal of Cognitive Neuroscience, 22(12), 2864-2885.

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