Vascularización e ictus: una estrecha relación

vascularización

Introducción

El cerebro, como cualquier otro órgano de nuestro cuerpo, necesita de un aporte sanguíneo continuo que le proporcione los nutrientes (como la glucosa) necesarios para su correcto funcionamiento. En este proceso, entra en juego el llamado Polígono de Willis. Dicho Polígono es una estructura arterial de 7 lados formada por seis arterias cerebrales (dos arterias cerebrales anteriores, dos arterias cerebrales medias y dos arterias cerebrales posteriores). Dichas vías se unen alrededor de la silla turca (nicho en forma de hueso situado en la vertiente endocraneal del hueso esfenoides del cráneo que aloja a la hipófisis [2]) a través de las arterias comunicantes anteriores y posteriores.

Polígono de Willis

El polígono de Willis podría considerarse la unidad de seguridad en la vascularización cerebral, ya que permite que unos vasos puedan sustituir a otros en caso de ser necesario [1]. Las arterias cerebrales anteriores (que irrigarán el lóbulo frontal) y medias (que irrigaran la corteza parietal y parte de la temporal) tienen su origen en las arterias carótidas internas, que entran a través del peñasco del temporal. Las posteriores, por su parte, acceden al encéfalo a través del agujero occipital, procediendo de las arterias vertebrales e irrigando el lóbulo occipital y el parietal posterior [1]. A partir de estas nociones básicas acerca de la vascularización, cabe preguntarse qué tipos de patologías pueden estar asociadas al árbol arterial cerebral. El ictus, tema que nos ocupa, es un tipo principal de dichas patologías. Consiste en el rápido desarrollo de signos clínicos de trastorno de la función cerebral focal (o global), que dura más de 24 horas (excepto interrupción por cirugía o muerte), sin otra aparente causa más que su origen cerebrovascular [3]. Los principales tipos de ictus son el infarto y la hemorragia. Debido a estos dos tipos de patologías, el cerebro no recibe toda la cantidad de sangre que necesita, dañándose así las células nerviosas y dejando éstas de funcionar. Este tipo de accidente cerebrovascular podemos dividirlo en: 

  • Hemorragia cerebral: uno de los vasos (que pueden estar en la parte interior o exterior cerebral) se rompe produciéndose la presencia de sangre, bien en el parénquima o en el interior de los ventrículos cerebrales, bien en el espacio subaracnoideo [4]. Una hemorragia en un hemisferio cerebral provoca un efecto masa que se traduce en un aumento de presión que cierra los vasos sanguíneos del otro hemisferio, por lo que los síntomas presentados pueden ser los propios de alteraciones de este segundo hemisferio, a pesar de que la hemorragia no se haya producido en él.
  • Infarto: una arteria se obstruye a causa de un coágulo o por la inflamación de la pared arterial y no permite que la sangre se distribuya.
  • Trombótico: existe una oclusión de una arteria cerebral intra o extracraneal. Este tipo de patología se produce, generalmente, cuando un trombo se forma sobre una placa aterosclerótica u otra lesión vascular. En algunos casos, el infarto trombótico puede ser el resultado de un estado hipercoagulable [4].
  • Embólico: el infarto embólico se produce por la oclusión de una arteria por un émbolo distal a un punto donde exista un adecuado flujo colateral. El émbolo se origina proximalmente. Puede ser: arterial, se desprende un trombo de la pared arterial e impacta distalmente. o cardíaco o paradójico, el que procedente de la circulación venosa pasa al corazón izquierdo a través de una comunicación derecha-izquierda [4]. 

¿Cuáles son las consecuencias que podemos encontrarnos tras sufrir este tipo de accidente cerebrovascular?

Los síntomas que pueden darse son muy variados en función del área cerebral afectada. Desde síntomas puramente sensoriales a los puramente motores, pasando por los síntomas sensitivo-motores. Además, puede observarse en algunos casos, cambios conductuales y emocionales que se derivan directa o indirectamente del ictus. Por ello, el trabajo de intervención ha de realizarse desde un equipo multidisciplinar. Los principales síntomas que podemos encontrar son los siguientes:

  • Hemiplejía: se paraliza la mitad del cuerpo contralateral al hemisferio cerebral afectado.
  • Hemiparesia: se produce un déficit motor, pero no una parálisis, en el lado contralateral al hemisferio cerebral afectado.
  • Apraxia: la apraxia puede definirse como un trastorno en la ejecución de movimientos aprendidos en respuesta a un estímulo que normalmente desencadena el movimiento, sujeto a la condición de que los sistemas aferentes y eferentes requeridos se encuentren intactos, y en ausencia de trastornos atencionales o falta de cooperación.
  • Agnosia: incapacidad para reconocer un estímulo a pesar de existir una adecuada sensación del mismo y de conocerlo. Los canales sensoriales se encuentran intactos. Puede darse fallo en el reconocimiento de objetos a través de alguna modalidad sensorial, fallo en el reconocimiento de caras (prosopagnosia), etc.
  • Afasia: alteración más importante en el área del lenguaje. La afasia es una alteración en la capacidad para utilizar el lenguaje, un déficit en la comunicación verbal resultante del daño cerebral, una pérdida adquirida en el lenguaje como resultado del algún daño cerebral, caracterizada por errores en la producción (parafasias), fallas en la comprensión y dificultades para hallar palabras (anomia), o simplemente, una pérdida o trastorno en el lenguaje causada por un daño cerebral. [6]
  • Agrafía: los pacientes suelen presentar agrafia espacial, debido a los déficits viso-espaciales o por negligencia. Es la pérdida de la capacidad para escribir.
  • Acalculia: trastorno relacionado con la aritmética tras daño cerebral sabiendo que las habilidades ya se habían consolidado y desarrollado.[5]

Trastornos del estado de ánimo

Además de estos síntomas neuropsicológicos, son características comunes de quienes presentan un tipo de lesión como el ictus, la alta fatigabilidad frente a estímulos externos (voz alta, música, televisión), alta irritabilidad (se altera fácilmente sin causa aparente); labilidad emocional (cambios súbitos de estado de ánimo); tendencia al aislamiento, etc. De entre estos, la depresión suele ser una de las consecuencias emocionales más probables e importantes. A pesar de que en algunas ocasiones puede ser consecuencia directa del daño cerebral por lesión en zonas claves para el sustento de las emociones positivas, la depresión en ictus suele ser de carácter reactivo.

Conclusiones

No hay que olvidar que, tras el accidente cerebrovascular, el paciente debe realizar una adaptación a la nueva condición (más aún si se incrementa el número de síntomas postictales), donde en muchos casos se han perdido funciones o capacidades para llevar a cabo ciertas actividades y para las que ahora se necesitará ayuda. Esto puede llevar al paciente a aislarse de su red social, a tener una falta de motivación y sentimientos de vacíos que dificulten su recuperación.

Referencias bibliográficas

  1. Ardila, A. (2005) Las afasias. Editorial CUCSH-UdeG: Guadalajara.
  2. Ciencias cognoscitivas, Costa Rica. (2012, Enero 29). Polígono de Willis: Vascularización del cerebro. (Archivo de vídeo). Recuperado de: https://www.youtube.com/watch?v=2RJUS6heEC8
  3. Díaz- Guzman et al.(2008). Incidencia de ictus en España. Bases metodológicas del estudio Iberictus. Revista de Neurología, 47 (12), 617-623.
  4. Diez-Tejedor, E., Del brutto, O., Álvarez-Sabín, J., Muñoz, M., Abiusi, G. (2001). Clasificación de las enfermedades cerebrovasculares. Sociedad Iberoamericana de Enfermedades Cerebrovasculares. Revista de Neurología,33 (5), 455-464.
  5. García, J.N. (1998) Manual de dificultades del aprendizaje. Narcea de Ediciones: Madrid.
  6. Turr, R., Herrero, J., Graña, M. (2010). Amenorrea central. Editorial Médica Panamericana: Madrid

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