Mindfulness, Dolor Crónico y Cerebro ¿más que una relación?

Introducción

En artículos anteriores se ha analizado en qué consiste el dolor, el dolor crónico y qué cambios cerebrales se producen en una persona que padece dolor de manera crónica. A modo de recordatorio, el dolor, especialmente el dolor crónico, es un fenómeno complejo con componentes tanto sensoriales, cognitivos y afectivos, que está relacionado con diferentes estructuras cerebrales, entre las que destacan las cortezas sensoriales, la corteza cingulada anterior, la ínsula, el tálamo, el hipocampo, la amígdala, la corteza parieral posterior y la corteza prefrontal [13].

Asimismo, el último de mis artículos versó sobre que era Mindfulness, qué beneficios tenía su práctica y como se traducía dicho entrenamiento a nivel cerebral. Así pudimos ver que la práctica de Mindfulness, prestar atención al momento presente y sin juzgarlo, se acompaña de múltiples beneficios psicológicos y para la salud que se relacionan con cambios en la corteza cingulada, la ínsula y la corteza prefrontal. Entonces ahora es el momento de preguntarse si existe algún tipo de relación entre estos conceptos. 

¿Puede la práctica Mindfulness aportar beneficios a una persona que padece dolor crónico?

Empecemos pues por analizar que consecuencias positivas tendría la práctica Mindfulness en pacientes de dolor crónico. Recordemos que el entrenamiento Mindfulness tiene como objetivo cambiar el modo en que la persona se relaciona con el momento presente, a la vez que incrementa la calidad de la conciencia de la experiencia, a través de tres elementos clave: (a) conciencia, (b) del momento presente, (c) sin juzgar [2]. Estos objetivos y elementos pueden ser de gran utilidad en una patología como el dolor crónico, ya qué ésta afecta a los pensamientos, emociones y en la forma en la que la persona tiene que enfrentarse a su día a día. Según una reciente revisión, las intervenciones basadas en entrenamientos Mindfulness proporcionarían herramientas eficaces para trabajar los factores psicológicos asociados al dolor crónico, como la tolerancia, catastrofización, percepción del dolor o la aceptación [3]. Dicho trabajo se realizaría través de los diferentes mecanismos psicoterapéuticos que se relacionan con el Mindfulness, entre los que destacan: la exposición, la relajación, los cambios cognitivos, la aceptación y la autoobservación [1].

Así, ser conscientes de cuales son las características de su dolor en un determinado momento, aceptar su nueva condición o vivir el momento presente en contraposición a lo que tendría que ser o lo que antes vivió son estrategias que llevan a la persona a vivir su dolor de manera más positiva. De hecho, el primer estudio sobre los efectos de programas Mindfulness fue en el tratamiento de dolor crónico [9]. Éste y otros estudios más recientes han mostrado mejoras en los niveles de dolor, la interferencia con la vida diaria y los síntomas psicológicos [3-4,6,10-14].

¿Qué cambios suceden en el cerebro con la práctica de Mindfulness que hacen que la reacción ante el dolor sea diferente?

Los estudios de neuroimagen nos aportan algunas ideas sobre ello. Un ejemplo es el estudio de Gard y colaboradores (2012). Dicho estudio comparó la respuesta cerebral mediante resonancia magnética funcional (fMRI) de sujetos control y meditadores ante una estimulación eléctrica dolorosa. Los resultados indicaron que los meditadores reducían la intensidad del dolor y la ansiedad anticipatoria a la vez que mostraban mayor nivel de activación en la parte dorsal de la corteza cingulada anterior y la ínsula derecha [5].

Grosor de la corteza

Por su parte, el estudio de Grant y colaboradores (2010) comparó el grosor de la corteza cerebral según si el sujeto practicaba o no meditación y según su nivel de sensibilidad al dolor (alta y baja sensibilidad). Los resultados mostraron como la meditación se asociaba a un mayor grosor de las áreas somatosensoriales secundarias y de la corteza cingulada anterior dorsal. Además los meditadores presentaron menor sensibilidad al dolor que los controles, y este hecho se asoció a un mayor grosor de zonas relacionadas con el dolor y la sensibilidad como, la corteza cingulada anterior, el giro hipocampal, la ínsula y la corteza somatosensorial secundaria [7].

Estos resultados indican que los meditadores muestran mayor activación y mayor grosor en áreas relacionadas con la conciencia corporal y la atención, posiblemente por el hecho de que una de las principales características de la practica Mindfulness es hacerse consciente de las sensaciones corporales y prestarles atención. Estas evidencias nos pueden hacer pensar que, al presentar una mayor capacidad para atender al dolor, los meditadores deberían presentar una mayor sensibilidad al dolor. Sin embargo, tal y como se ha comentado, los meditadores presentan menor sensibilidad al dolor y una mayor tolerancia al mismo.

¿Cómo puede ser posible?

Grant y colaboradores (2011), además de mostrar que los meditadores presentaban umbrales de dolor más altos, durante la estimulación dolorosa, mostraban una menor actividad en áreas evaluativas, emocionales y ejecutivas (corteza prefrontal, amígdala e hipocampo) y mayor actividad en áreas relacionadas con el procesamiento del dolor (corteza cingulada anterior, tálamo e ínsula). Estos resultados se relacionarían con la capacidad de observar las sensaciones dolorosas sin juzgarlas. Además, los meditadores presentaron una menor conectividad entre las áreas relacionadas con el procesamiento del dolor [8]. Así, puede que a pesar de presentar mayor actividad, la menor conectividad entre dichas áreas sea la responsable de la regulación de la sensibilidad al dolor. 

Conclusiones

Resumiendo, la practica de meditación se relaciona con cambios en la estructura, actividad y conectividad a nivel cerebral dando como resultado una menor sensibilidad al dolor y mayor tolerancia. A nivel clínico, existen evidencias de que las terapias basadas en la práctica Mindfulness pueden aportar beneficios a personas que sufren dolor crónico, disminuyendo la intensidad del dolor y mejorando la adaptación al mismo.

Referencias bibliográficas

  1. Baer, R.A. (2003). Mindfulness training as a clinical intervention: A conceptual and empirical review. Clinical Psychology: Science and Practice, 10, 125-143.
  2. Bishop, S. R., Lau, M., Shapiro, S., Carlson, L., Anderson, N. D., Carmody, J., Segal, Z. V., Abbey, S., Speca, M., Velting, D., & Devins, G. (2004). Mindfulness: A Proposed Operational Definition. Clinical Psychology: Science and Practice, 11: 230-241. ).
  3. Chiesa , A., & Serretti, A. (2011). Mindfulness-based interventions for chronic pain: a systematic review of the evidence. Journal of alternative and complementary medicine, 17, 83-93
  4. Dahl, J., Wilson, K. G., & Nilsson, A. (2004). Acceptance and Commitment Therapy and the trearment of persons at risk for long-term disability resultin from stress and pain symptoms: a preliminary randomized trial. Behavior Therapy, 35, 785 -801
  5. Gard, T., Hölzel, B. K., Sack, A. T., Hempel, H., Lazar, S. W., Vaitl, D. & Ott, U. (2012). Pain attenuation through Mindfulness is associated with decreased cognitive control and increased sensory processing in the brain. Cerebral Cortex, 22(11), 2692-2702.
  6. Grant, J. A., Courtemanche, J., Duerden, E. G., Duncan, G. H. & Rainville, P. (2010). Cortical thickness and pain sensitivity in zen meditators. Emotion, 10(1)
  7. Grant, J. A., Courtemanche, J., & RAINVILLE, P. (2011). A non-elaborative mental stance and decoupling of executive and pain-related cortices predicts low pain sensitivity in Zen meditators. Pain, 152(1).
  8. Tracey, I., & Mantyh, P.W. (2007), The Cerebral Signature for Pain Perception and Its Modulation. Neuron, 55, 377-391.
  9. Wicksell, R. K., Melin, L., & Olson, G. L. (2007). Exposure and acceptance in the rehabilitation of adolescent with idiopathic chronic pain – a pilot study. European Journal of Pain, 11, 267 – 74

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